Mengyin Wang – Pintora – Profesora de pintura China
Los trazos que no piden disculpas
Tras la lente de Jaio (pincha para leer el articulo original en la página web de la autora)
La conocí un día cualquiera de la mano de un amigo que me llevó hasta su tienda en el Casco Viejo de Bilbao. El timbre de su local en la calle Tendería hizo un clin y de pronto la atmósfera cambió. Al fondo, entre tazas, teteras y rollos de papel xuan estaba ella, con los ojos puestos en un cerezo que aún no existía. Y, por supuesto, se convirtió en mi profesora de pintura china, en ese lugar donde hacía magia y conseguía que gente torpe como yo, se creyera capaz de realizar algunas piezas bellas.
La pintura Sumi-e (墨絵 también 水墨画) es una técnica de dibujo que se desarrolló en China entre los siglos VII y IX, que fue luego introducida en Japón a mediados del siglo XIV por monjes budistas zen. Inicialmente era monocromática, pero luego ha ido evolucionando a color. Los tres elementos principales son: la tinta negra realizada con polvo de carbón, la llamada tinta china, conocida por su profundidad y sutileza; el pincel que caracteriza la escritura tradicional, que se fabrica en China desde el Neolítico y es el que el pueblo chino utiliza para escribir y dibujar desde hace miles de años; y el papel xuan o papel de arroz que no se descompone ni se pudre, y proporciona una superficie perfecta porque absorbe la tinta de una manera especial.
Hay algo en Mengyin y en su manera de sostener el pincel, entre el índice y el pulgar, con la muñeca suspendida en el aire, que recuerda a una danza que sólo ella conoce. La luz de la ventana del estudio le da ese aire pensativo de alguien que sabe muy bien qué pincelada tiene que dar ahora, con precisión, delicadamente, sin prisa… con el control exacto de humedad en el pincel y la carga adecuada de pigmento en la punta… trashhhh y todo florece. Cada pincelada y cada espacio en blanco en su pintura transmiten la emoción y el pensamiento que tiene ella en ese momento, de tal modo que no sólo ves su obra, cuando la miras, sino que también tienes la sensación de sentir sus pensamientos a través de ella.
Mengyin no enseña, contagia. Sus clases son rituales. Entre música zen y sorbos de té del Tibet, explica cada ejercicio como si te contara un secreto familiar. “Simplicidad en forma pero riqueza en significado”, dice, y no sé si habla de la pintura o de sí misma. Es fuerte y delicada a la vez, como una rama de bambú que no se rompe ni cuando la azota el viento.
Hay algo profundamente feminista en la forma en que enseña. No grita, no impone. Genera un espacio donde no hay que pedir permiso para crear. Donde la belleza no se mide por la perfección del trazo, sino por la intención con que se traza. Y eso es revolucionario.
Tiene una forma de hablar que no interrumpe, sugiere. Nunca corrige con dureza. Dice cosas como “muy interesante… y quizá podrías también…” y de pronto te ves pintando con más confianza, como si supieras algo que no sabías que sabías.
El día en que le hice el retrato, la luz era limpia y paciente. Mengyin se apoyó en la barandilla del balcón con la misma precisión con la que dibuja una montaña en la niebla. No posó, simplemente fue ella. En otra foto, la ves sirviendo el té, una ceremonia en sí misma. En otra, ajusta la humedad del pincel como quien afina un instrumento de cuerda. Y hay una donde, concentrada en la pincelada, da toques de luz a cerezos en flor, el único momento en que no sonríe, pero aún así brilla.
Las manos de Mengyin han pintado cientos de cuadros. Pero también han sembrado algo más difícil de cuantificar, y es esa fe firme en que lo sencillo también tiene derecho a ocupar espacio. Que una pincelada bien dada, como una palabra bien dicha, puede abrir mundos.
Mengyin es como una orquídea salvaje de esas que nos enseña a pintar, elegante, sin artificio, precisa, sin rigidez, profundamente viva en su sencillez. Hay un eco entre su manera de estar en el mundo y la tradición pictórica que encarna. Como las orquídeas que pinta, esas que brotan solas entre las rocas, sin pedir permiso, con tallos curvos que no se doblegan, y emitiendo su aroma aunque nadie esté ahí para percibirlo, ella también ha encontrado la forma de florecer en tierra extranjera, sin perder su raíz.
La pintura china no busca dominar la naturaleza, sino entender su espíritu. Y tras la lente, veo a Mengyin que, en cada trazo, revela el suyo, que es fuerte, paciente, con una belleza que no grita pero se queda. Me fui de su estudio con la certeza de que el arte no necesita grandes discursos para ser profundamente político. A veces basta con una mujer que mira el papel en blanco y, como una orquídea que florece entre las rocas, no se disculpa por ocupar su lugar.
Proyecto fotográfico de Jaio. Women are beautiful. Mengyin Wang. Retrato: Cámara: Canon EOS 5D Mark IV, f/1.8, Tiempo de exposición: 1/6400 s, ISO 1600. Distancia focal: 85 mm. Sin flash.